Todo está preparado para que llegue a Bilbao AC/DC con su derroche de electricidad, campanas infernales y la fiebre del rock, que nadie domina como ellos
El rock es, en el fondo, reaccionario y contradictorio. Alienta la renovación constante, pero a la vez venera a los clásicos y reconoce a quienes moldean un estilo y se mantienen fieles a él a toda costa. Sobre todo si, por simple y primaria que sea,la cosa funciona. Y a AC/DC les viene funcionando desde hace más de tres décadas, al punto de haber colocado más de 200 millones de discos en todo el mundo, algo que sólo podría decir otra banda llamada The Beatles.
No hay un grupo que represente mejor el apego a una receta efectiva que los australianos, máximo exponente de esos grupos que, de puro tozudos y primarios, acaban siendo entrañables. Tienen además una imagen icónica en el eléctrico Angus Young, uno de los guitarristas más idolatrados del rock.
Puede que la corriente de estos dinosaurios del hard rock y el blues jevilón sea cada vez más alterna (ocho años han tardado en sacar su nuevo disco, Black Ice), pero lo cierto es que siguen enchufados y que el voltaje de su corriente sigue transmitiéndose, sobre todo en directo. Pasan los años (siete desde su última gira y doce desde su histórico concierto de Las Ventas, recogido en el DVD No Bull), pero su liturgia de riffs incendiarios, base rítmica rotunda y voz aguardentosa permanece.
Con los años, AC/DC han ido haciendo más aparente el envoltorio escénico, pero el caramelo sigue sabiendo más o menos igual. En este Black Ice Tour que estrenaron en octubre en Pennsylvania, el quinteto marsupial se ajusta a un guión del que no se desvía un ápice. El tramo europeo inicial de 20 bolos que comenzó el 18 de febrero en Oslo no difiere de lo visto en Estados Unidos. Como en anteriores giras, tocan unos 90 minutos, en los que hay cuatro muestras del disco que justifica el tour y una quincena de clásicos. más o menos fijos en todas sus giras.
Con Malcolm Young (guitarra) y la base rítmica formada con Phil Rudd (batería) y Cliff Williams (bajo) en segundo plano, el espectáculo sigue descansando sobre Brian Johnson, cuyo rajo sigue a los 61 años raspando como la lija, y Angus Young, que, aunque ya no corra tanto como antaño, se sigue agitando a sus 54 abriles como un poseso, en su disfraz de colegial endemoniado.
Lo hace frente a una pared de amplificadores Marshall y asido a su eterna guitarra Gibson SG, con la que marca la diferencia y exhibe su catálogo de poses: el paso de pato a lo Chuck Berry, los punteos a mano alzada, el exhibicionismo, el mediado striptease’, el show... Sólo falta el famoso molinete circular a ras del suelo que tan bien imita el Jack Black de School Of Rock.
Sobre un escenario de cúpula, flanqueado por dos grandes pantallas y prolongado hacia el público con la típica pasarela, el concierto arranca con apagón, estruendo inicial y el vídeo de animación que introduce Rock and Roll Train. Un Angus de historieta pilota a toda máquina una locomotora, dos chicas intentan pararlo, el tren descarrila y queda varado sobre la platea.
Tras la locura desatada con el primer sencillo de Black Ice, la cosa continúa con dos clásicos habituales: Hell Ain’t a Bad Place to Be y Back in Black. Big Jack, con solo de Angus a una mano, antecede a Dirty Deeds Done Dirt Cheap y a los arpegios poderosos de Thunderstruck. Sin desatarse aún del todo, Angus mediatiza ambos cortes para dar paso a Black Ice y The Jack, cuyos 8 minutos de blues cañonero dan para el habitual despelote del guitarrista, que acaba cuando enseña los gayumbos con el nombre del grupo. Una enorme campana infernal suena y desciende sobre el escenario. Johnson se agarra al badajo y encadena Hell Bells y Shoot to Thrill.
Con Angus a pecho descubierto, banda y personal recuperan el aliento con nuevas canciones, War Machine y Anything Goes, que anteceden a una catárquica recta final con ese You Shook Me all Night Long que ha versioneado hasta su fan confesa Celine Dion, TNT, Whole Lotta Rosie y Let There Be Rock. El guitarrista echa lo que le queda: recorre la pasarela sin dejar de tocar hasta elevarse 10 metros sobre una plataforma donde finge desmayarse y encadena solos.
Los bises desatan la apoteosis. Angus emerge en el centro del tablado y, con sus famosos cuernos se arranca con Highway to Hell. Para el estruendoso y alargado postre queda For Those About to Rock (We Salute You), recurrente saludo final de una banda que nadie quiere que cambie. Son los AC/DC de siempre, y que Angus no te oiga decir que antes molaban más: «Es lo que más me revienta», se mosquea.